El Efecto Trump

El nueve de noviembre del 2016, el colegio electoral norteamericano eligió por primera vez a un presidente sin un precedente gubernamental o militar. Esta divergencia democrática en mi opinión representa el epítome del populismo en las Américas. Es una advertencia sobre las fallas del sistema electoral que proclama no al candidato más apto para el cargo, sino al más apelador. Ejemplos como, Luiz Inácio Lula da Silva, Evo Morales y Ricardo Martinelli enuncian una campaña de apelación social contra el paradigma de la elegancia gubernamental sosegada entre los políticos, frecuentemente enmascarada por una solemnidad pragmática de individuos ciertamente remotos para el electorado. Mi tesis es que el efecto Trump no es en sí correspondiente a tácticas utilizadas por el magnate de bienes raíces, sino una estrategia armada en base a las debilidades de las generaciones actuales en un ámbito global.  

Para comprender cómo el efecto Trump se propaga, hay que tener en cuenta las debilidades de nuestra generaciones. Nuestros padres, que abarcan la mayoría del electorado, se criaron en un ambiente poco democrático, mientras que los EE.UU. erguían dictaduras para contener el avance del comunismo en América Latina. Estas dictaduras de derecha sacrificaban derechos sociales para obtener crecimiento económico muchas veces fomentado por el mismo involucramiento de los EE.UU. en el país. Una vez que estas fueron derrocadas, el neoliberalismo de los 90 generó un desarrollo amamantado por la corrupción que procuraba curar la hiperinflación de los 80 por medio de un mercado libre.

Esto llevó a un cambio ideológico, por el cual ese mismo individuo que había sido privado de derechos fundamentales en el pasado, ahora ampara a estos, sin embargo, únicamente para su propio beneficio. Este capitalismo moral causó la polarización política en el mundo, donde el pueblo votaba únicamente por el candidato que tuviera la mejor propuesta para él, sin importar las diversas implicaciones para otros.

Nuestra generación, en cambio, educada después de la reforma pedagógica al final de la década de los 80 (que produjo un gran desarrollo en escuelas privadas, mejorando la calidad de la educación mientras reducía el costo), es capaz de analizar las diferentes implicaciones de un candidato. Aquí es donde el populismo comenzó a evolucionar. La gran debilidad de nuestra generación ha sido la adicción al entretenimiento, sea por medio de la televisión, el internet o inclusive en nuestras interacciones. Nuestro juicio es dictaminado por cuanto placer la decisión puede traernos.

De aquí surgió un plan universal para conquistar gobiernos. El blanco siempre tiene que ser un sector de la población que ha sido aislado por razones socioeconómicas. De ahí el postulado tiene que ser un individuo sumamente carismático que pueda sembrar empatía en el electorado. Tiene que de ahí promover pólizas que priorizan asuntos como igualdad social y crecimiento económico uniforme, y que beneficia específicamente a la clase social “desamparada”. El elemento de marketing lidia con nuestra generación de modo que intenta distraernos de la campaña atacando la de otros de manera agresiva o entreteniéndonos con publicidad excéntrica con la cual podamos simpatizar. Al hacer esto el candidato conmueve a la mayoría de la población usando una retórica proteccionista que no solo apoya a los valores de nuestros padres, sino que expresa empatía con los ciudadanos al “luchar” por los vulnerables. Al mismo tiempo minimiza el poder de nuestra generación distrayéndonos con asuntos manipulados para llamar la atención, y de esa manera crear un tono de apatía entre los jóvenes para reducir su presencia en las urnas.  
De esta manera han sido electos los presidentes Lula, Martinelli, Evo y recientemente Trump. Sin embargo, lo más inquietante es la posición en que todos estos estaban para formular una atmósfera perfecta para su elección. Lula y Evo, ambos dirigentes importantes de sindicatos, tuvieron poder increíble durante el boom de las commodities, cuando los trabajadores eran escasos. Martinelli y Trump, ambos emprendedores exitosos, tenían una red de contactos tan diversa que podrían influenciar la economía de un país significativamente.